dimarts, d’abril 17, 2007

El amor dura tres años

Al principio todo es hermoso, incluso tú. No das crédito a estar tan enamorado. Cada día trae consigo su liviana carga de milagros. Jamás nadie en el mundo había conocido tanta felicidad. La felicidad existe y es muy simple: consiste en un rostro. El universo sonríe. Durante un año, la vida no es más que una sucesión de soleadas mañanas, incluso cuando nieva por la tarde. Te casas, lo antes posible: ¿para qué reflexionar cuando uno es feliz? Reflexionar te entristece; la vida debe ganar la partida.

El segundo año, las cosas comienzan a cambiar. Te has vuelto más tierno. Te sientes orgulloso de la complicidad que has establecido con tu pareja. Comprendes a tu mujer con sólo medias palabras; qué felicidad conformar un todo. Hacéis el amor cada vez menos y consideráis que no es grave. Estáis convencidos que el fin del mundo está muy lejos. Defendéis el matrimonio delante de vuestros amigos solteros, que ya no os reconocen. Tú mismo, sin ir más lejos, ¿estás realmente seguro de reconocerte cuando recitas la lección aprendida de memoria y resistes la tentación de fijarte en las señoritas ligeras de ropa que iluminan la calle..?

El tercer año, ya no resistes la tentación de fijarte en las señoritas ligeras de ropa que iluminan la calle. Pronto llega el momento en que no puedes soportar a tu mujer ni un segundo más, porque te has enamorado de otra. Sólo hay un punto en el que no te habías equivocado: efectivamente, la vida tienen la última palabra.




Texto: Extracto de la novela "El amor dura tres años", de Frédéric Beigbeder.